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jueves, 8 de octubre de 2015

Burning Saviours y su experiencia con el demonio


Nacidos en la antigua ciudad medieval de Örebro, Suecia, un grupo de chicos decidieron hacer una banda donde pudieran tocar el rock doom de los grupos setenteros que ellos les gustaba tanto. Teniendo como atmósfera el imponente castillo de la ciudad a las orillas del río Svartan y su torre de agua de Svampen, el grupo comenzó a componer letras que hablaban sobre elementos místicos y obscurantismo alrededor del ser humano. Ellos son Burning Saviours.

Se formaron en 2003 con Mikael Monks en la guitarra rítmica y voces, Fredrik Evertsson en el bajo, Martin Wijkström en la batería y Andrei Amartinesei en la guitarra principal y voces bajo el nombre de una de las rolas del Day of reckoning de la mítica banda norteamericana Pentagram. Con esta alineación publicaron su álbum debut homónimo en 2005 y el Hundus al año siguiente. Con la salida de Andrei, reclutaron a Henry Pyykö  y como vocalista principal a Fredrik Andersson con quienes grabaron el Nymphs & weavers durante 2007, pero finalmente deciden frenar su camino.


Luego de realizar varios proyectos cada uno de los integrantes, Burning Saviours decide reunirse en 2010 con Monks en las vocales y la base rítmica de Evertsson y Wijkström, a quienes se les suma como guitarrista principal Jonas Hartikainen. Tras un año de trabajo y de definición de su idea musical, deciden embarcarse en un proyecto conceptual al que titularon Förbannelsen (La maldición), una serie de cuatro sencillos publicados entre 2011 y 2013 que versan sobre brujería y magia negra bajo un sonido cercano al de Black Sabbath, UFO y al temprano Judas Priest.

Durante abril de 2014, I Hate Records publicó una compilación de los cuatro sencillos en una sola edición que titularon Boken om förbannelsen (El libro sobre la maldición), con el cual tuvieron difusión en Europa y Estados Unidos. Bajo imágenes medievales de muertes que rondan a personajes reales, nos adentramos a una tétrica atmósfera de obscuridad donde el ser humano se enfrenta con el lado maligno y los horrores que pueden ocurrir bajo el manto de la noche. El miedo se postra en el alma de los vivos porque el mundo de los muertos se hace presente con toda su fuerza.


De dicho disco, rescatamos una rola que originalmente fue publicada en el último single que cierra el concepto musical, con el título Hon dansade med döden (Förbannelsen IV) y presentado durante febrero de 2013. Esta es "I am Lucifer", canción que habla del ángel caído, aquel que perdido en su soberbia y envidia, fue expulsado del reino de los cielos y que ahora rige el infierno, aquel lugar donde mora el fuego eterno. Retomada de diversas leyendas medievales de origen cristiano, la historia de la expulsión de una de las criatura de Dios debido a su rebeldía se convertiría en una agresiva melodía con sabor a rock vintage.


La voz del maligno se escucha canta debajo de la tierra, donde la única lealtad que se guarda es con la propia muerte. El príncipe de los demonios recuerda su pasado hermoso, cuando fue el predilecto entre los ángeles y era conocido como el "portador de luz". Ahora, su brillo se desvanece en la obscuridad, donde convertido en Satán, confiesa su pecado sin perdón.


Comenzamos a escuchar unas tétricas cuerdas y de la nada escuchamos una voz perdida que anuncia al demonio: "Lucifer". Una guitarra eléctrica marca un riff lento que recuerda a Black Sabbath y su rola homónima de su álbum debut. El bajo acompaña sigilosamente y un juego de tenues platillos ayudan a completar la lúgubre atmósfera. Sin más, la presencia demoníaca se impone y las guitarras cambian de melodía hacia un ritmo cortante que sirve de entrada triunfal. Mikael Monks se personifica como el ángel caído y comienza a relatar la obscura historia de pesar y castigo perpetuo. Su voz recuerda a la de Rob Halford en los primeros discos de Judas Priest, un tono medio y cansado que platica la historia sin gritos ni agudos inalcanzables.


En el puente musical de la canción, y como los cánones de Black Sabbath lo imponen, el ritmo se acelera de manera salvaje con acordes muy marcados y pequeñas escalas pentatónicas como remate, ideales para agitar la cabeza y levantar la mano con la señal del demonio. Finalmente, la velocidad baja y permite que la marcha fúnebre anuncie la desaparición de la funesta presencia.



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